DIARIO DE UNA FASHION (NO) ADICTA

Si yo hubiera tenido que dejar de fumar cuando la ley lo ordenaba, hubiera sido una más en las filas de la resistencia ultrafashion que se amontona alrededor de una seta incandescente. Ya engrosé esas filas cuando la ley antitabaco enseñaba sus primeros dientes y yo hacía chascar el encendedor como quien defiende sus derechos a balines. Me sentía orgullosa de fumar, de no doblegarme ante el poder, de ejercer mi libertad...de matarme a mi manera y tenía muy por la mano esos discursos que justifican el fumar: contrastándolo con otras drogas como el alcohol, droga más destructiva, legal y sin horizontes de ser ilegalizada, comparando su nocividad con la humo de la gran ciudad..y al fin y al cabo, el tabaco son sólo hojitas.., y rebelándome contra las sutiles formas de censura que aborregan al pueblo: la gente que fuma, aun cuando sabe de su prohibición, es gente que se atreve a cuestionar las normas, y eso no le interesa al sistema. Por eso pienso que si hubiera tenido que apagar mi último cigarrillo en conjunto, me habría desbocado junto con los caballos bravos y saldría a fumar a las fachadas para compartir con otros el pequeño orgullo de ser rebeldes. Afortunadamente, mi acto solemne de aplastar la última colilla fue hace un año, y he pasado mi suplicio a solas(aunque bien acompañada), y con bastante dignidad. En mi charla con Marc Giró, que pretendía ser una entrevista pero resultó ser un café-poleo entre amigos, él me preguntaba si yo notaba la diferencia, y yo le dije que no. Pues mentí, porque precisamente es la falta de suciedad(en mi pelo, mi ropa, mi casa, mis pulmnes, mi vida...)la que se ha incorporado con naturalidad, como quien estrena gafas y empieza a ver bien. La diferencia es que ahora las cosas están más enfocadas sin humo. No puedo cantar victoria aunque quisiera, porque he estado en el lado oscuro, y sé que la frontera es muy difusa, pero soplo la velita del año sin tabaco con aire más limpio. Y algo de orgullo rebelde.

Martina Klein